Análisis de economistas, médicos, psicólogos y educadores: El crucial impacto del jardín infantil en los niños

Desde un mejor desarrollo del lenguaje hasta un aumento de su éxito económico en la adultez, pasando por mayores logros académicos. Así de determinante sería para un niño acceder a la educación preescolar, dicen estudios y especialistas. La mejor edad: los dos años, pues ahí el cerebro está en su momento ideal para aprender habilidades cognitivas y sociales. Ésa es la labor del jardín. El resto -entregar afectos, crear hábitos, reforzar lo aprendido- sigue siendo responsabilidad exclusiva de la familia.

-A guardar, a guardar, los animalitos en su lugar -canta, moviéndose entre las colchonetas donde sus once alumnos -once niños y niñas entre uno y dos años de edad- juegan al zoológico. Y los once niños y niñas, que minutos antes estaban absortos en el juego, responden a la orden y se paran, recogen las jirafas, los elefantes, los tigres, las vacas, los perros y los carneros para depositarlos en el canasto rojo que dice «animales». Nadie rezonga. Nadie llora. Nadie se queda atrás.

Son las 8.45 de la mañana en la sala cuna mayor del jardín Campanita, pero aquí nadie tiene sueño. Todos saben que viene la hora de la leche, y que para recibir su mamadera necesitan que la sala esté limpia y ordenada.

-Hay muchas mamás que se quedan mirando por la ventana y que dicen: «En la casa ellos jamás se portan así». Y eso pasa porque aquí en la sala hay cariño, pero también reglas. Aquí saben qué es lo que hay que hacer -dice Ruth Castillo, una de las tres técnico-parvularias que esta mañana cuidan a los niños y que lleva más de 25 años trabajando en el sistema preescolar.

El jardín infantil y sala cuna Campanita, dependiente de la Junta Nacional de Jardines Infantiles (Junji), es una casona amplia, con palmeras y juegos infantiles en el patio, construida al lado de un colegio en la villa Eduardo Frei, en Ñuñoa. Entre los 134 niños que recibe cada día hay hijos de vecinos del sector y también de poblaciones cercanas como Santa Julia, Lo Hermida, La Faena y Cousiño Macul, conocida porque ahí fue donde se crió el «Cisarro». Recibe, también, a hijos de nanas de otras comunas que vienen a trabajar a Ñuñoa; hijos de cajeras de supermercado; hijos de vendedoras de almacén; hijos de estudiantes universitarias y de mamás adolescentes.

Al jardín, los niños vienen no sólo a ser cuidados durante las ocho horas que pasan aquí. No sólo a recibir tres de las cuatro comidas diarias que necesitan. No sólo a ser estimulados por las educadoras, que hacen con ellos actividades para desarrollar las áreas de lenguaje, cálculo y orientación espacial. También comparten con otros niños, compiten por ser escuchados y desarrollan habilidades fundamentales para su vida de adultos: aprender a escuchar, a esperar, a recibir órdenes, respetar límites y a tolerar la frustración. Algo que muchas veces les cuesta aprender en la casa.

En los últimos veinte años, la evidencia internacional muestra que el impacto de la educación preescolar -desde los 0 a los 4 años- trae importantes efectos futuros en el desarrollo del niño. El economista James Heckman, investigador de la Universidad de Chicago y Premio Nobel de Economía en el año 2000, lo resume así: por cada dólar invertido en enseñanza preescolar hay un retorno de ocho dólares cuando ese niño se convierte en adulto.

En Chile, el economista de la Universidad de Chile Dante Contreras -hoy uno de los directores ejecutivos del Banco Mundial- publicó en 2008 un estudio realizado junto con otros dos investigadores entre estudiantes de segundo medio que rindieron la prueba Simce. Al analizar a aquellos alumnos que en su infancia fueron al jardín infantil versus aquellos que no lo hicieron, quienes sí tuvieron educación preescolar presentaban entre 7,4 y 8,8 puntos más en el Simce de matemáticas que sus compañeros, y entre 5,8 y 6,6 puntos más en el de lenguaje.

-La evidencia empírica muestra que es en edades tempranas cuando los niños desarrollan todas las conexiones sinápticas que derivarán en su capacidad de aprendizaje futuro. Muchos de estos procesos ocurren desde el embarazo hasta el primer año de vida y luego en la edad preescolar, un momento potente para desarrollar habilidades cognitivas, como aprender un lenguaje y operaciones matemáticas, y no cognitivas, como autoestima y disciplina -explica el investigador. Y agrega que, en términos económicos, la inversión del futuro debería ser la educación preescolar.

-El retorno más rentable, económica y socialmente, es la educación temprana. El menos rentable, la capacitación.

El acceso a sala cuna y jardín infantil permitiría que los niños más pobres llegaran a la etapa escolar en igualdad de condiciones que aquellos de sectores más acomodados, donde existen más posibilidades de que sean estimulados en sus habilidades desde que nacen. Pero la sala cuna y el jardín tiene beneficios para los niños de familias con más recursos que también impactarán en su desarrollo futuro: el aprendizaje de la socialización, dice Dante Contreras.

Lo que se aprende en el jardín

En las ocho horas que la técnico-parvularia Ruth Castillo trabaja con los niños y las niñas de la sala cuna mayor del jardín Campanita, para ellos sólo hay una hora y media de descanso, entre las 13.00 y las 14.30: la hora de la siesta, luego del almuerzo, para reponer energías. El resto del tiempo es pura estimulación: sólo en una mañana, entre las 9.00 y las 12.30, han jugado, han tocado instrumentos, han participado de una degustación de frutas, han corrido por el jardín, han cantado, han escuchado un cuento, han bailado y hasta han hecho un pequeño ejercicio matemático: calcular cuántas compañeras y cuántos compañeros han faltado hoy a la clase.

-Hay que tenerlos permanentemente en una actividad, y que sea entretenida, para que se sienten y se mantengan concentrados. Sus favoritas son las actividades de psicomotricidad: trabajar con palitos de helados, con botellas, con lo que tengamos a la mano -ejemplifica Ruth Castillo.

Si bien es cierto no existe consenso entre los especialistas sobre cuál es la edad ideal para comenzar con la educación preescolar -hay algunos que sostienen que ojalá no sea antes de los dos años, por el riesgo de contraer enfermedades, mientras otros apuntan a que, si el niño tiene buena salud, podría comenzar en cuanto termine su período de amamantamiento- sí existe acuerdo en que los dos años es la edad clave para desarrollar tanto habilidades cognitivas como sociales en el jardín infantil.

Las habilidades cognitivas, porque en estos momentos el cerebro está en un punto alto de plasticidad cerebral, que permite a los niños absorber todos los conocimientos que tengan a su alcance.

-Los estudios indican el impacto positivo que tiene el apresto, el ensayo, en el desempeño educativo posterior: los niños y niñas que tienen acceso a elementos de pre-lectura (cuentos, letras, diarios, historias, lo que sea que relacione la lectura sin necesidad de leer directamente) están mucho más preparados y muestran mejores resultados a nivel de lecto-escritura en su desempeño posterior -muestra la psicóloga Mónica Peña, coordinadora del Programa de Protagonismo Infanto-Juvenil de la Universidad Diego Portales.

Otro aspecto que se ve favorecido es el desarrollo del lenguaje. El pediatra Francisco Moraga, vicepresidente de la Sociedad Chilena de Pediatría, cree que el jardín infantil es el mejor aliado a la hora de que los niños aprendan a hablar más rápido que si sólo estuvieran en la casa. Y esto tiene una razón lógica: en su casa, el niño adquiere una forma de comunicarse con su familia que muchas veces está basada en otros signos que van más allá del lenguaje verbal y que reemplazan a la palabra. En el jardín, en cambio, para conseguir lo que quiere, el niño tiene que hacer su mejor esfuerzo para ser entendido, y ese esfuerzo significa expresarse a través del lenguaje verbal.

En el ámbito de las habilidades sociales, los dos años son clave, ya que es en este momento cuando los niños comienzan a ponerse agresivos con sus pares, y deben aprender a controlarse.

-Un estudio realizado por el investigador canadiense Richard Temblay descubrió que los dos años es la edad en que los niños tienen mayor agresividad hacia el otro. En ese momento es cuando hay que empezar a trabajar con su capacidad de autorregulación, de respetar y aceptar límites de los adultos. De desaprender la agresividad -explica la psicóloga infanto-juvenil Loreto Vera, especialista en educación temprana y buen trato de la dirección metropolitana de la Junji.

También es un buen momento para que aprendan a tolerar la frustración, agrega el pediatra Francisco Moraga. La edad preescolar es la época precisa para que el niño aprenda a obtener lo que quiere a través del transar con sus compañeros, del respetar sus tiempos y de reducir los conflictos.

-Eso no significa que un niño, por no ir al jardín, sea frustrado; pero puede tener más dificultades para adaptarse.

Todas estas tareas que estimula el jardín deben ser replicadas por los padres en casa. El problema es que muchas veces a los padres les cuesta ponerlas en práctica.

-Se supone que el proceso de estimulación de un niño debería ser un 30 por ciento responsabilidad del jardín y un 70 por ciento de los padres. Pero nosotros tratamos de dejar un 40 por ciento en la casa y hacer un 60 por ciento acá. Sobre todo para que los papás no se sientan muy culpables -cuenta Ruth Castillo, del Jardín Campanita. Ella lo ve mucho entre sus niños: sabe que hay muchos que cuando vuelven a la casa, la única actividad que tendrán hasta que se acuesten será estar frente a la pantalla del televisor.

Que el niño asista al jardín infantil, dice la psicóloga Loreto Vera, no es sinónimo de que lo que aprenda ahí no sea replicado dentro de la casa. Y esa también es labor del jardín infantil: trabajar con la familia para que aprenda a estimular a su hijo y a entregarle afectos.

-El jardín también debe trabajar en el fortalecimiento de la relación entre padres e hijo. Y a las familias hay que reencantarlas y orientarlas en este proceso, porque muchas veces se pueden ver sobrepasadas con la crianza.

No es difícil estimular a un niño, dice la psicóloga Mónica Peña: debe darse de manera espontánea. Frases como: «Mira qué lindo el árbol»; «Mira ese perro»; «Mira qué lindo ese gato blanco» son una forma de presentarles a los niños el mundo sin necesidad de tener una formación ni materiales especiales.

Para el doctor Francisco Moraga, la imposición de hábitos y límites debe seguir siendo tarea exclusiva de los padres:

-Los padres deben enseñarles a los hijos a confiar en ellos. Cuando van al jardín, los niños están en plena época de individuación, aprendiendo a oponerse e imponerse, y eso es normal. Pero en la casa, cuando lloran, a los padres les da pena: les dicen, no, no, bueno ya. Se desdicen. El niño, entonces, se confunde; esa confusión los lleva a la duda. Y cuando un niño comienza a dudar de un adulto, qué queda para después.

Quiénes sí y quiénes no

Todos los niños deberían tener la posibilidad de asistir al jardín infantil, dicen los especialistas, siempre y cuando el lugar elegido cuente con una infraestructura y un plan de trabajo que le reporte más beneficios que quedarse en la casa. No se quedan fuera ni siquiera los niños con necesidades especiales: los jardines infantiles de la Junji, por ejemplo, cuentan con educadoras diferenciales que los ayudan en su integración. Sin embargo, hay algunas excepciones:

Niños con inmunodeficiencias o condiciones de salud que los pongan en alto riesgo de contraer enfermedades.

Niños con problemas especiales de salud que puedan acarrear situaciones difíciles en el jardín (por ejemplo, niños con colostomías, que requieren elementos externos para hacer sus necesidades, ejemplifica el doctor Francisco Moraga).

Niños con alteraciones del desarrollo severas, como autismo. Para ellos es mejor un jardín un con espacio de estimulación temprana especial, dice la psicóloga Mónica Peña.

La desconfianza en el sistema

A pesar de la evidencia teórica y de que en los últimos años la oferta de educación preescolar se ha duplicado tanto en el sistema público como en el privado, en la práctica todavía hay resistencia de las familias a que sus hijos asistan a la sala cuna y el jardín infantil.

Una encuesta del Programa Pulso, de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Chile, realizada entre 2007 y 2008 en 600 madres, determinó que un 38 por ciento de ellas no enviaría a sus hijos al jardín infantil. Algunas razones: que los niños están mejor con la madre; no tener un jardín cerca de la casa o el trabajo; el miedo al contagio de enfermedades y la desconfianza hacia el sistema preescolar.

La psicóloga de la Junji Loreto Vera cree que la falta de información juega en contra a la hora de extender los beneficios del jardín infantil a todos los niños. En materia de cobertura, en los últimos tres años la Junji, como parte del programa «Chile crece contigo» ha masificado su cobertura de sala cunas y jardines en todo Chile. También ha aumentado la oferta privada, por lo que hoy hay más posibilidades de encontrar establecimientos para llevar a los niños.

Que los niños están más expuestos a enfermedades es una realidad, dice el doctor Francisco Moraga, de la Sociedad Chilena de Pediatría. Sobre todo en ciertas épocas del año, como el invierno, el riesgo de enfermarse es mayor que el beneficio que reportaría asistir a una sala cuna, en el caso de las guaguas. Por eso, él recomienda asistir a partir de los dos años. Otra mirada tiene la psicóloga Mónica Peña, de la Universidad Diego Portales: es normal y esperable que los niños se resfríen en el invierno, o que se enfermen del estómago, pero hay muchas mamás que sienten culpa cuando esto sucede, y que lo asumen como una responsabilidad de ellas; por eso prefieren mantener al niño en casa.

La desconfianza hacia el sistema es un área en que la Junji está trabajando, dice la psicóloga Loreto Vera. Junto con entregar una mayor capacitación en buen trato a sus profesionales, en este organismo también hay una oficina que fiscaliza a las educadoras en su trabajo con los niños, además de investigar todas las denuncias de posibles malos tratos o negligencias en su labor. Por su parte, Mónica Peña asegura que en los últimos años las educadoras están cada vez mejor preparadas para recibir a los niños: el jardín ha ido transformándose de una guardería a un espacio de desarrollo integral infantil.

El Mercurio / Revista YA

Magdalena Andrade

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