Educadores de Párvulos: Hombres en minoría

En los jardines infantiles chilenos, la presencia masculina es casi inexistente. Son pocos los educadores que trabajan en estos contextos y por lo general se enfrentan a prejuicios y dificultades. Revista Ya, habló con algunos educadores y esto fue lo que rescataron.

Reportaje de Magdalena Olea Urrejola, El Mercurio.

La educación parvularia es territorio femenino. Pocos hombres se atreven a estudiar y consiguen un trabajo donde puedan interactuar directamente con niños. En los jardines infantiles y salas cuna de Chile, la presencia masculina es casi inexistente y los pocos que trabajan en estos lugares deben enfrentar dudas sobre sus “habilidades maternales” o prejuicios sobre los riesgos que su presencia representa para los menores.

La reacción de las familias de sus alumnos. Ese era el principal temor que tenía Francisco Santillana cuando enfrentó su primera jornada laboral en el Jardín Infantil “Auqui” en Tierra Amarilla, Región de Atacama. Francisco, entonces de 26 años, recién se había titulado como Educador de Párvulos en el Instituto Profesional de Chile de La Serena. Ya conocía el prejuicio que causaba su presencia en una carrera absolutamente dominada por mujeres. En su primer día de clases como estudiante, lo enviaron erróneamente a la sala de Pedagogía Básica, y mientras cursaba su carrera compartió clases con 31 mujeres. Ningún hombre.

-Durante mi formación hice prácticas durante cuatro años, y mis compañeras me enseñaron muchas cosas que hoy me sirven en mi trabajo, por ejemplo, el lado más maternal, más sensible. Pero trabajar en el jardín es diferente -comenta Francisco Santillana.

Hoy lleva un año trabajando directamente en sala con 28 niños (de entre dos y tres años) del Jardín Infantil “Auqui”. Sus labores van desde ayudar en su proceso de aprendizaje, jugar con ellos y tocar instrumentos, hasta llevarlos al baño, peinarlos y darles almuerzo.

-¿Nunca ha tenido problemas con los padres?

-Jamás. Es más, los padres hoy en día quieren ser parte de las experiencias pedagógicas que hacemos en sala, ellos quieren ver mi trabajo diario, porque todos los días trato de innovar, cantar, bailar y hacer deporte con los niños.

Francisco se preparó especialmente para su primer día de trabajo profesional. Quería empatizar con los niños y, al mismo tiempo, no complicar a los apoderados.

-Me puse unos zapatos de payaso y un sombrero para recibir a los niños, y luego invité a los papás que venían a dejarlos para que me ayudaran. Primero me miraban raro, pero luego se sentaron, aplaudieron y cantaron. Estaban sorprendidos y los niños notaron eso. Es difícil ver a un hombre cumpliendo con una labor donde solo hay mujeres.

“Costó que asumieran que era educador de párvulos, había cierto recelo, pero después uno se gana la confianza”, dice Sergio Castillo

Francisco Santillana es uno de los contados educadores de párvulos que existen y ejercen esta carrera en Chile, profesión que se preocupa por el desarrollo y aprendizaje de los niños menores de 6 años. Los datos que entrega la Fundación Integra, parte de la red pública de educación parvularia en el país, muestran que entre 4.206 educadoras de párvulos en jardines infantiles y salas cuna, solo hay un hombre: Francisco Santillana, quien es el único de toda la red que interactúa y juega directamente con los niños.

En las otras instituciones u organismos que coordinan la atención parvularia el escenario es similar. Los hombres prácticamente no existen.

En la Junta Nacional de Jardines Infantiles (Junji), organismo a cargo de las salas cuna y los jardines infantiles públicos para niños menores de cuatro años de Chile, de un total de 3.481 educadores de párvulos, solo 8 son hombres. Ninguno trabaja directamente en las salas: ocupan cargos directivos o de gestión administrativa. Según cifras de la Subsecretaría de Educación Parvularia, hay solo 20 hombres educadores de párvulos en los niveles de prekínder y kínder (para niños de entre 4 y 6 años) de escuelas municipales y particulares subvencionadas: representan solo un 0, 1 por ciento de las 17.632 mujeres que se desenvuelven en esos niveles.

-Ha sido complicado ser educador de párvulos hombre, siempre te miran, se fijan cómo te comportas, qué haces, y te comparan con las mujeres -dice Sergio Castillo, que tiene 31 años y trabaja en un Centro de Salud Familiar (Cesfam) en Recoleta.

María Isabel Díaz Pérez, subsecretaria de Educación Parvularia del Ministerio de Educación, dice que uno de los principales prejuicios es la creencia de que esta profesión requiere de un “instinto maternal” que es patrimonio de las mujeres. Asegura que deriva en la idea errada de que no se requiere formación para ejercer esta carrera y que a su vez eso decanta en su escasa valoración social y que se la asocie con bajas remuneraciones

-Los hombres se enfrentan al prejuicio de que no tienen las condiciones “naturales” para ser educadores, a la idea de que no ejercen su rol tradicional, ya que no ganarán el suficiente dinero y además deben enfrentarse a la resistencia de las familias y de sus pares mujeres, principalmente, por la existencia de prejuicios vinculados a los hombres como potenciales vulneradores de derechos -dice la subsecretaria de Educación Parvularia.

Mónica Manhey, jefa de carrera de Pedagogía en Educación Parvularia de la Universidad de Chile, admite que en América esta labor está liderada por mujeres. Pero dice que la presencia de un hombre puede ser beneficiosa para el niño:

-Hombres y mujeres pueden ser educadores de párvulos. Es un tema de aprendizaje de género, social y cultural, que hay que enseñar desde los primeros años, para no discriminar ni tener prejuicios. Los niños están formando una imagen de mujer y de hombre, y tienen que desarrollar el tema de la igualdad.

Los prejuicios

Rubén Pizarro (44) egresó de la carrera de Educación Parvularia de la Universidad de Atacama en 1997. Desde hace dos años es director del Instituto Nacional de Deporte de Atacama, y dice que mientras ejerció como educador de párvulos en solo una oportunidad fue discriminado. Sucedió en un jardín particular al que lo llamaron para hacer clases en las tardes. El día anterior al inicio de su trabajo fue a conversar con las educadoras para planificar sus labores. En ese momento, recuerda, algunos apoderados lo vieron y la dirección les informó que él sería el nuevo educador.

-Al día siguiente, cuando me presenté a trabajar, la directora me dijo que no podía. Los apoderados habían reclamado. No querían que un hombre le hiciera clases a sus pequeños -dice Rubén, quien trabajó durante cinco años en aula en la escuela Isabel Peña Morales de Copiapó.

Los prejuicios, en el caso de Rubén, empezaron apenas entró a estudiar ya que en la universidad la relación con los profesores fue compleja. Recuerda que para un ramo tenía que usar una malla de cuerpo tal como la que usaban sus compañeras, porque así lo establecía el reglamento, y además tenía que llevar una muñeca escondida en la mochila, porque en ese tiempo se la exigían para enseñarles a mudar. En las clases, las profesoras hablaban del conjunto de alumnos como “señoritas”, sin considerar que él era hombre.

Las barreras también se evidencian en la búsqueda de trabajo de los hombres que estudian esta carrera. Sergio Castillo tiene 31 años y es uno de los tres hombres titulados en esta carrera desde que la Universidad de Chile la reabrió en 2001, tras 20 años en que estuvo cerrada. Luego de egresar en 2012, durante un año y medio buscó trabajo en programas sociales, municipios y departamentos de educación en escuelas municipales sin resultados. Sergio predecía que no sería fácil: meses antes, haciendo una práctica en un jardín municipal, las educadoras le habían advertido. Era hombre. Era probable que no lo aceptaran fácilmente.

En 2015 comenzó a trabajar, como educador, en un Centro de Salud Familiar (Cesfam) de Recoleta. Ahí su labor es educar y enseñarles habilidades motrices y sociales a niños con riesgo psicosociales. Desde tareas básicas como hablar, hasta otras más complejas como sumar, restar y enseñar los colores.

“Los niños a través de un educador de párvulo hombre, pueden aprender sensibilidad”, dice la psicóloga Anastasia Fernández.

-¿Ha sentido prejuicios?

-Sí, pero ahora, después de malas experiencias, he encontrado a gente que le gusta el hecho de que sea hombre. Porque nosotros les damos a los niños una imagen masculina, que a veces no tienen, y porque así se abre la mentalidad para que no existan carreras que sean exclusivas de hombres o de mujeres.

Anastasia Fernández, psicóloga infantil de Clínica Las Condes, dice que hay que dejar los estereotipos de lado en la educación preescolar.

-Los niños, a través de un educador de párvulos hombre, pueden aprender sensibilidad, pueden aprender que un hombre tiene derecho a estar triste o con rabia, y expresarlas de otras maneras, distintas a los que la sociedad en general les impone. Tanto la figura masculina como la femenina dentro de los primeros seis años de vida resultan fundamentales, porque es una etapa importante en la formación a nivel social del niño.

El tema tabú: abuso sexual

Ricardo González Araneda (62 años), coordinador regional de Educación Parvularia de la Región del Biobío, fue el primero de cuatro egresados de la carrera de Educación Parvularia de la Universidad de Concepción el año 1976, pese a que su padre le dijo que no le pagaría los estudios, y pese a que la misma universidad le insistía en que reconsiderara matricularse, porque era una carrera femenina.
Luego, en la universidad, Ricardo asegura que no tuvo problemas. Trabajó seis años en una escuela básica con niños de kínder, de entre 5 y 6 años, en Lota. Sus recuerdos de esa etapa son buenos, pero sabía que debía actuar con cautela mientras desarrollaba su labor con los niños.

-Para evitarme problemas, trabajaba con la puerta de la sala de clases abierta y siempre con apoderados en el aula. Hoy los prejuicios se mantienen, pero no son tantos como cuando yo ejercí.
El educador de párvulos Sergio Castillo también ha sentido este prejuicio. Asegura que al principio los papás lo miraban desde la reja del centro: no entendían por qué él se quedaba a cargo de los niños. Su explicación se basa en lo cultural:

-Es extraño ver a un hombre trabajando con niños pequeños -dice.

Sergio Castillo afirma que mucha gente asocia erróneamente que un educador de párvulos podría llegar a incurrir en un abuso sexual.

-Es un tema delicado. Al principio me costó que asumieran que yo era el educador, había cierto recelo, pero después uno se gana la confianza. Eso es lo más difícil de lograr, una de las primeras barreras que tenemos que derribar.

Mónica Manhey, de la Universidad de Chile, dice que sería extraño que un hombre que se recibió de la carrera de Educación Parvularia sea un abusador. Asegura que “han pasado muchos filtros, y que en todas las carreras de Chile los estudiantes hacen prácticas desde un inicio, donde son supervisados y evaluados por profesionales”.

-Nosotros tenemos que darnos el trabajo para decir responsablemente cuándo un perfil no es adecuado para trabajar con niños, así que los padres no deberían tener miedo, porque de la carrera egresa gente que tiene las condiciones profesionales, técnicas y éticas para trabajar con niños -dice Mónica Manhey, quien además explica:

-Hoy, a propósito de la pedofilia y del abuso, en los jardines infantiles se está dejando que los niños se limpien solos, y hay un tema súper delicado, porque si el niño se cae o si tiene algún problema, muchas veces ni siquiera se le toca ni abraza.

A pesar de los prejuicios, expertos hablan de la importancia de contar con la presencia de un hombre en sala. El psicólogo Alfonso Cox dice que a los niños les sirve para entender que los hombres pueden desarrollar habilidades de expresión emocional.

-El educador como figura masculina completa las posibilidades de identificación del niño, con distintos roles, figuras y estilos de relacionarse.

La psicóloga infantil de Clínica Las Condes, Anastasia Fernández, asegura que tanto la figura masculina como la femenina dentro de los primeros seis años de vida son fundamentales, para hacer una sociedad más equitativa en relación a los géneros desde la infancia.

Rubén Pizarro, quien luego de trabajar en aula realizó un Magíster en Comunicación y varios diplomados en gestión educativa, admite la importancia de que los hombres se involucren en la formación de los niños. Lo dice avalado por su propia experiencia:

-A los apoderados les gustaba que fuera un hombre el que hiciera las clases, porque muchas veces en las familias el papá trabaja fuera o está ausente. He conocido personas que me han dicho que les gustaría estudiar esta carrera, pero sienten discriminación con respecto al varón, y es complejo porque es mal pagada. Pero siempre he planteado la importancia de poder tener al hombre como imagen en el aula. A mí, como papá de cuatro hijos, me ha servido mucho.

Fuente: http://impresa.elmercurio.com/Pages/NewsDetail.aspx?dt=2017-04-04&dtB=04-04-2017%200:00:00&PaginaId=28&SupplementId=2&bodyid=0

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